Fugaz agazapado
Quizás la palabra “efímero” esté implícita en el ADN de nuestra propuesta, ya que antesis, como referencia botánica, es el instante de apertura del capullo floral. En efecto, cuando nos propusimos abordar el tema, la primera imagen que se apareció en mi cabeza es la del paisaje desértico de Atacama transformado en un tapiz de flores, luego de la tan esperada lluvia. Lo que se conoce como desierto florido, en poco tiempo se marchita y desaparece sin dejar huellas más que en el criptosistema 1 como un respiro latente bajo las rocas. Una imagen mágica y potente.
Es interesante notar que en los dos primeros números de Antesis: “que no se ven” y “escalas”, se abordaron conceptos que de alguna manera se conectan con el de esta nueva publicación. Paisajes que no se ven pero que están ahí, agazapados, esperando su irrupción y que de alguna manera es necesario entenderlos desde varias escalas temporales debido a la fugacidad con que se recluyen a las sombras de lo invisible nuevamente.
Algunos de estos paisajes efímeros son cíclicos, otros son singulares, pero todos están en la vereda de los excepcionales. Si existe una norma, aquí no cuenta. La nevada del 9 de julio de 2007 en la ciudad de Buenos Aires nos regaló quizás el paisaje efímero más comentado de los últimos años por los porteños. La norma sepultada dio lugar a lo inesperado, a la fantasía y a la ilusión. Una especie de surrealismo en la calle de todos los días que, por supuesto, cambió la conducta social y el humor de la gente, se podía ver una fascinación. Estábamos maravillados, aun cuando había personas muriendo en la calle a causa de la ola polar. En la foto de portada de este número vemos una captura fantástica que realizó el fotógrafo Facundo Parnes aquel día en Buenos Aires.
Sin embargo, no podemos dejar de señalar que existe un componente subjetivo muy importante en los paisajes efímeros, ya que las personas perciben el territorio con determinada temporalidad, lo cual es una construcción cultural. Podemos intuir que hay circunstancias y manifestaciones que suscitan paisajes efímeros en la cotidianeidad y que, al romper con la misma, tienen ecos profundos en las personas. Quizás en parte, las cosmovisiones del mundo se construyan desde la fuerza simbólica de lo efímero. El Big Bang, la vida y la muerte, los eclipses, el desierto florido…
Por otro lado, el arte recoge el concepto de lo efímero, no solo para interpelarlo como idea, como metáfora, o como símbolo; sino que lo lleva al límite de la manifestación artística cristalizando expresiones de todo tipo que son efímeras en sí mismas. Este hecho no es fortuito. En lo efímero el artista supo encontrar una poética atesorada.
Una vez más nos proponemos abordar un tema con velo filosófico, y una vez más se nos aparece la cultura oriental sobre la mesa. Desde el momento que pensamos en la flor del cerezo, símbolo de lo efímero en la cultura japonesa, nos vimos acompañados por la mirada profunda de los orientales, que se contrapone a nuestro materialismo exacerbado. En lo efímero se encarna un misterio, un disparador, una clave, para pensar y entender el paisaje.
Hernán Lugea
1 Criptosistema es un término acuñado por González Bernáldez, 1978, quien define los componentes perceptibles de un sistema natural como fenosistema, “paisaje”, en contraposición, y complemento, con el criptosistema que incluye las relaciones subyacentes y los elementos del sistema no perceptibles, de difícil observación.
“… ¡Ya sé, no me digas! ¡Tenés razón!
(Fragmento del tango La última curda
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
Mi confesión…”
Letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo)