Detrás del horizonte

“[…] no sé si yo era entonces un hombre soñando que era una mariposa, o si ahora soy una mariposa, soñando que soy un hombre […]”

Zhuangzi, siglo IV a. C.

Nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza sigue generando diversas identidades y tipologías en cuanto a la manera de habitar el territorio, y a la vez existe un impulso que moviliza continuamente a la humanidad desde tiempos inmemoriales, como un motor inagotable, llamémosle “curiosidad”. En ese sentido de movilización se van desdibujando los bordes, van haciéndose cada vez más difusos, quizás en busca del mero conocimiento, pero decididamente arrojados a espiar qué hay detrás del horizonte. Fernando Birri, citado por Eduardo Galeano, lo ponía en estos términos: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. En ese camino de curiosidad, e inconformidad, la inventiva nunca ha dejado de crecer y de transformar nuestro entorno.

La idea de tecnopaisaje encierra una trampa de la cual es difícil salir, y es que los paisajes siempre reflejan de un modo u otro las posibilidades técnicas, los conocimientos y los avances tecnológicos de una sociedad en un momento dado. Hay algo del “carácter total de una región terrestre” –como diría el gran naturalista Alexander von Humboldt– que tiene una profunda relación con la tecnología. Desde los Jardines Colgantes de Babilonia hasta la puesta en órbita de la Estación Espacial Internacional, la historia humana está repleta de hitos que marcaron un avance significativo en términos civilizatorios. Hitos que muchas veces estuvieron signados por un cambio sociocultural relacionado con el advenimiento de nuevas tecnologías, que llegaron a impactar en los sistemas productivos, las comunicaciones, el transporte, el conocimiento en general, y en última instancia, en el modo de vida y la cosmovisión en su conjunto.

Pero, como siempre, el camino está plagado de claroscuros. Las megaestructuras arquitectónicas, ingenieriles, urbano-paisajísticas y el desarrollo tecnológico siempre han cumplido por sobre todo una función simbólica: la demostración de poder, que es en sí misma una de las formas de ejercerlo. Al mismo tiempo, la tecnología nos conduce inexorablemente a dilemas éticos y morales que cada tanto sacuden a la sociedad.

La idea de Antropoceno no es tan nueva como pareciera a primera vista. El ecólogo canadiense Pierre Mackay Dansereau ya mencionaba en la década de 1950 que las modificaciones del paisaje en manos de la humanidad eran tan profundas que se podía plantear el comienzo de una época noosférica, es decir, una época regida por la mente. También introduce en los años 70 el concepto de “inscape”: un paisaje interior, subconsciente, que moldea la realidad y que se retroalimenta de su propio engendro.

Podemos encontrar otros antecedentes en el libro Tercera ola, de Alvin Toffler (1980). Allí se desarrolla el argumento de la sucesión de olas de cambios: una primera ola ligada a la revolución agrícola, la segunda relacionada con la revolución industrial y la tercera, relativa a la revolución postindustrial. Para el autor, cada ola tiene un paisaje resultante propio, y se aventura a caracterizar al paisaje postindustrial mediante los sistemas biocibernéticos.

Toffler, además, introduce el término “tecnosfera” para designar a la integración de los sistemas de energía, producción y distribución. Esto último nos da un marco interesante, justamente, para caracterizar los distintos tipos de paisaje desde su tecnosfera. Lo que quizás era difícil anticipar, en esos años de incipiente informatización de la vida cotidiana, es el desdoblamiento entre la realidad tangible y la realidad virtual.

La convergencia del paisaje interior (inscape) y el paisaje (landscape) podía verificarse hasta los últimos decenios; sin embargo, hoy nos enfrentamos al recién mencionado desdoblamiento de la realidad, que dificulta aventurarnos a sostener la hipótesis. ¿Qué son los paisajes virtuales?, ¿cómo se habitan?, ¿cómo se relacionan con la realidad física? Las fronteras se desdibujan por completo, una vez más.

En la actualidad también se está planteando el comienzo de una cuarta revolución industrial, 1 que viene de la mano de una multitud de desarrollos tecnológicos como la inteligencia artificial, big data, la robótica, la nanotecnología y la neurociencia, entre muchos otros. Las consecuencias de sus aplicaciones a corto y mediano plazo son prácticamente impredecibles para nosotros, los ciudadanos de a pie. Pero pareciera que en el camino hacia el horizonte olvidamos quiénes somos realmente y nos dejamos seducir por un espejismo vacuo, digitado desde Silicon Valley y montado sobre la retrotopía 2 de cada individuo. El pensamiento postindustrial pareciera acentuar la fragmentación, la disgregación y, en definitiva, el caos.

Es llamativo, en los albores del Antropoceno, el cambio de relaciones y valoraciones para con el entorno inmediato, incluidas las personas –hoy denominadas frívolamente usuarios, consumidores, o, más peligrosamente, seguidores–. Desde la comodidad inasible del espejo negro se percibe, o nos persigue, un tufillo apocalíptico, escondido detrás de una niebla negacionista. La idea de pro- greso ilimitado y la idiotez humana nos han llevado al sometimiento de la naturaleza misma, a su depredación, a causar una nueva extinción masiva de especies, y nos acoge una extraña esperanza depositada en el abandono: colonizar Marte, o convertirnos en avatares del metaverso, por citar dos ejemplos muy vigentes.

Desde Antesis, nos propusimos abordar este acelerado y profundo proceso de transformaciones que nos llevan a nuevos paradigmas, con el foco puesto concretamente sobre el protagonismo de la tecnología, pero, un poco más risueñamente, preguntándonos: ¿cómo será el paisaje del futuro?

1 Las primeras tres revoluciones industriales están asociadas al advenimiento de la máquina de vapor, la electricidad y las telecomunicaciones, res- pectivamente.
2 Retrotopía, libro de Zygmunt Bauman, Paidós, Buenos Aires, 2017.