Autores: Ana Aymá | Hernán Lugea.

Dejándonos llevar por la búsqueda de paisajes invisibles nos vimos de pronto inmersos en un cuarto oscuro, viviendo una experiencia singular. El Centro Argentino de Teatro Ciego nos abrió sus puertas.

Con una mezcla de nerviosismo y excitación nos llevaron de la calle nocturna a la penumbra de una antesala para luego sumergirnos en la más absoluta oscuridad, custodiada por pesados cortinados que no dejan entrar ni un solo destello del exterior. ¡Comienza la función! 

«A Ciegas Gourmet» es una obra para vivir y explorar con todos los sentidos, menos la vista, claro, y algo realmente notorio es la recreación de espacios y ambientaciones. ¿Cuánto del paisaje que nos rodea está eclipsado por la vista en nuestras vidas cotidianas? Porque una de las primeras cosas que podemos sentir en A Ciegas Gourmet, es precisamente, la claridad de que el espacio es eso que nos rodea, lo que está alrededor, delante y detrás, arriba y abajo. Más bien, el hecho de suspender por un rato el sentido de la vista, lo que nos permite es una distribución más igualitaria de nuestra atención a ese espacio, atención que está, generalmente, por completo centrada en lo que tenemos frente a nuestros ojos. Paradójicamente, cuando nos entregamos por un par de horas a escuchar historias ambientadas, con la luz apagada, algo se esclarece.

A medida que nos vamos aclimatando a la negrura, y que recorremos con la punta de los dedos los bordes de nuestro plato, y del vaso y de la silla, empezamos a experimentar cómo suena nuestra propia voz tirada al aire opaco, cuando no podemos gobernar su dirección mediante una mirada. “Mmm, que rico este vino”. La frase queda colgada de la oscuridad, que, a pesar de lo que parecía, no se la tragó. Y encuentra su respuesta, que viene de allí o de allá, ¿del extremo de la mesa? ¿del chico que está al lado? No importa, de alguien que dice “Sí, exquisito”. Y así, las palabras comienzan a cruzarse entre nosotros, para el que guste tomarlas, sin rumbo, o mejor dicho, sin un rumbo, pero siempre con destino.

Y cuando ya estábamos cómodos como peces en el agua, como peces de aguas profundas, comunicándonos sin vernos, se agrega la obra: todo lo que empieza a suceder afuera de ese pequeño mundo recién conquistado que es nuestra mesa a oscuras. Y ese entorno es, efectivamente, de 360 grados, porque todo lo que ocurre por fuera de nuestro habitualmente agudo ángulo de visión, no puede ser integrado al ángulo de visión, sencillamente, porque no estamos en posesión de dicho ángulo, en este momento. Es decir, si algo suena, salpica, chilla, se mueve y habla, detrás de ti, te das cuenta de que no hace falta girar la cabeza, porque de todos modos no lo verías. Entonces, comenzás a experimentar verdaderamente la sensación de que ocurran cosas a tus espaldas sin que puedas hacer nada para revertirlo, porque si te das vuelta nada cambia. Y esa magia de que percibir lo que te rodea deje de estar sometido al control visual se multiplica cuando, además, te das cuenta de que lo mismo pasa con tu propia imagen, que por un rato descansa de ser sostén de la mirada de los otros.  Y ahí justo viene el intervalo.

Y sucede que todos tenemos mucho para decirnos acerca de todo lo que sentimos en este rato. Pero primero hay que reconquistar el mundo-mesa, retomar el peso de nuestras voces, recordar de a poco quienes eran los compañeros de cena, a quienes vamos identificando por sus risas, sus dichos, sus exclamaciones lanzadas al probar algo picante del plato, o al tirar de la servilleta equivocada.

                Y una vez sintonizado ese pequeño momento de reencuentro, aparecen de nuevo los actores con sus cantos, sus relatos, los ruidos de sus máquinas, los aromas de sus viajes, los sollozos de sus penas. Digo aparecen pero no sabemos por donde, de dónde salen, si se habían ido, si ingresan por puertas secretas, si siempre estuvieron a nuestro lado. Y cuando, otra vez, estás lleno de preguntas, conjeturas, y estupores de todo tipo, empieza el final y, oh! unas tímidas velitas nos devuelven el sentido de la vista. Y es como salir de un gran hechizo, porque junto con eso, también nosotros dejamos de ser invisibles.

Al terminar el espectáculo la luz devela el misterio del escenario en el cual estuvimos durante la obra, y el asombro es inmediato: hasta la mesa que es un rectángulo muchos la pensamos ¡redonda!. 

Más allá de la hermosa experiencia de reencontrarse con los sentidos relegados, y más allá de entretenerse con un relato y explorar mundos imaginarios, Teatro Ciego pone en evidencia la distorsión que produce el sentido de la vista en la percepción del espacio.  

Teatro Ciego | Buenos Aires

ENTREVISTA

“Lo que no se ve con los ojos, se repone con la imaginación”

Paula Cohen, del  Centro Argentino de Teatro Ciego, cuenta detalles de la obra A Ciegas Gourmet, una de los diversas propuestas que semanalmente llevan adelante en el teatro del barrio del Abasto en espacios completamente oscurecidos. En este caso, además de sentir, oler y escuchar un espectáculo musical, sin ver, podemos, además, disfrutar de una cena a ciegas y aprender a conversar con otros comensales sin intercambiar miradas, ni traducir gestos.

-En la obra «A Ciegas Gourmet» vivenciamos diferentes ambientaciones, interiores y exteriores, ¿podemos decir que hay un paisaje invisible que está por encima del relato o que lo atraviesa constantemente?

Creemos que el relato está atravesado contantemente por esos diversos paisajes y lo enriquecen, no están por fuera de él. Los paisajes que el público vivencia y se imagina son parte constitutiva de la experiencia.

¿Cómo incorporan y qué importancia tiene la espacialidad en las obras de teatro ciego?

La espacialidad juega un papel fundamental en los espectáculos de Teatro Ciego, ya que es una de las variables que más se utiliza a la hora contar historias. Por eso, todos nuestros espectáculos suceden 360 grados y la ubicación no es importante per se, todos los asistentes serán interpelados desde la espacialidad, jugando con la cercanía, la lejanía, los aromas, el tacto, y todo tipo de efectos.

-La obra pone en evidencia que lo visual no es la esencia de un paisaje ¿cuál sería o qué sería la esencia de un paisaje?

Creemos que un paisaje se conforma de varios aspectos y lo visual es sólo uno de ellos. En este caso, la esencia es hacer sentir al público en un espacio con características determinadas. Sienten cómo es el suelo, qué aromas hay, cómo es el entorno, el aire. Así construimos los paisajes desde el Teatro Ciego.

-¿Cuáles fueron las ideas que originaron la obra A Ciegas Gourmet? ¿Cuál es la búsqueda que la inspira?

Nos inspira hacer volar la imaginación del público y estimular sus sentidos ara que puedan ser ellos los que construyen lo visual en su cabeza. En A Ciegas Gourmet se suma algo fundamental que no está presente en el resto de los espectáculos y que es la comida. Esto suma un estímulo sensorial más a través del gusto, y que genera una conexión distinta con lo que está sucediendo.

-¿Qué repercusiones tiene? ¿Qué comentarios han recibido del público? ¿Qué es lo más común que le dicen y qué es lo más raro que le han dicho después de asistir a la obra?

El espectáculo tiene excelente aceptación. El público sale verdaderamente sorprendido y estimulado. Nos agradecen la posibilidad de hacerlos conectar con una experiencia que no viven cotidianamente, así como la amabilidad y cuidado del staff del Teatro Ciego.

-El lenguaje cotidiano está lleno de metáforas relativas al sentido de la vista. De hecho, uno siempre habla de «ver» una obra. En este caso, deberíamos decir… ¿sentir en la obra?

Nosotros hablamos de sentir, experimentar, vivenciar, presenciar, pero no nos molesta la expresión “ver la obra”, ya que de algún modo, lo que no se ve con los ojos, se repone con la imaginación. Hay una reposición visual en la cabeza a través de los estímulos sensoriales.

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