Autora: Marisa Montes.

Reflexiones sobre la película La Zona.

En mi opinión, La Zona es de esas películas a las que no les sobra ni les falta nada. Tal vez suene a poco como primer comentario, pero en cuanto espectadora valoro especialmente poder repasarla en mi memoria y descubrir que tiene el pulido perfecto y mucho más en este caso, por la compleja temática que aborda. Con un guion consistente y equilibrado, a través de diálogos austeros y personajes realistas logra abordar la desigualdad social desde un punto de vista diferente y necesario.

Rodrigo Plá, su director, nos muestra qué hay detrás de los muros de un barrio privado. Si bien transcurre en México, la historia la podemos encontrar en cualquier lugar del planeta y en múltiples escalas.

En los primeros minutos vemos que el muro sufre una fisura y allí, la película nos devela los verdaderos muros que dentro de la fortaleza se retroalimentan a base de miedos distorsionados y prejuicios.

Y me permito reflexionar: ¿qué protegen los que se amurallan? A mi parecer, la idea de “vida perfecta” que se pelea indiscutiblemente con la realidad. En este inevitable desencuentro, identifico dos conflictos que avivan cotidianamente el desequilibrio social que vivimos. Por un lado, el contenido que guarda el concepto “vida perfecta”, basada esta en la cultura del consumo, construida por “otros” totalmente desconocidos pero éticamente incuestionables, venerados como dioses por sus súbditos. Pensemos simplemente el respeto incondicional a las grandes marcas mundiales de cualquier producto que escuchamos día a día. El otro punto es la carrera desenfrenada que implica alcanzar el estatus de esa “vida perfecta” de consumo, en la que los amurallados se sumergen y donde a cada paso encuentran un conflicto con la realidad que niegan constantemente. En cada choque se construye una nueva amenaza. Un nuevo otro deja de ser alguien para ser un nuevo enemigo. En un mundo de avanzada neoliberal en espacios de poder, se ve la ferocidad en que esta construcción del “otro-amenaza” crece en lo simbólico, lo vimos en los noventa y volvemos a verlo ahora todavía más exacerbado.

Como soldados del consumismo devoran todo lo que se pone delante y, como escuchamos en los muy bien logrados diálogos de los personajes de La Zona, utilizan los estandartes de la democracia, piden justicia y reclaman derechos, pero bajo sus propias normas, las normas de los privilegiados. Donde se naturaliza que una vida no vale igual de un lado y del otro del muro, como tampoco el peso de la justicia, que se distorsiona según el lado que le toca.

Lo que nos aporta Plá es la posibilidad de ver simultáneamente las consecuencias de estos privilegios, cosas que en el día a día quedan silenciadas detrás de los diversos muros, muros de hormigón, mediáticos, culturales, discursivos, construidos para no ver.  

Quienes se creen con más derechos que otros necesitan como condición fundamental no ver la vida de los otros. El otro no sufre, no desea, no ama, el otro no es otra cosa que una amenaza o cuando es necesario servicio doméstico.

Pero a la vez precisan de esos “otros-amenaza” para constituirse superiores, porque sus existencias son endebles y dependen día a día de los dioses de las finanzas.

¿Cómo se sale de esto? Y la película nos devela a Alejandro, el protagonista, un pibe que se permite cuestionarse lo que ve. Que se permite desamurarse. A través de sus ojos vemos dos veces una misma imagen de ese barrio privado y nos lo muestra de dos formas totalmente opuestas, gracias a la oportunidad que decide brindarse: la libertad de hacerse sus propias preguntas, darse nuevas respuestas y actuar en consecuencia.

No soy optimista respecto de la hipótesis de que quienes se amurallan vayan a cambiar. Tampoco me siento responsable de que ellos se hayan metido dentro del muro del falso mundo ideal. Sí me lamento por los pibes que se crían dentro de esos muros porque sus padres y sus educadores de escuelas elitistas no les dan la opción de ver el mundo completo, pero todos, como Alejandro, tienen la oportunidad de asomarse a ver qué hay del otro lado y descubrir algo diferente. Sí me siento responsable como ciudadana de reflexionar y construir herramientas que permitan que esos muros dejen de condicionar a los que están afuera. Que los tentáculos del consumismo que de allí salen dejen de ser un horizonte para nuestros pibes y pibas, mostrándoles como adultos que nos importan, que tienen derecho a soñar un futuro, ofreciéndoles otros horizontes y oportunidades para que de a poco y cada vez más de este lado del muro deconstruyamos su existencia. Porque los muros que dividen al mundo, antes de ser de hormigón y alambrados son construcciones culturales que debemos erradicar.

A quienes lean estas líneas les recomiendo darse el buen momento de ver La Zona, para pensar en ella cada vez que vemos un linchamiento, cada vez que piden la baja de la edad de imputabilidad, cuando escuchamos que dicen “los pobres no quieren laburar“, cuando allanan comedores con niños en barrios populares, cuando los medios no nos hablan de los pibes encarcelados por causas armadas por la policía y silenciadas por una justicia indiferente, cuando los matan por la espalda, cuando las fuerzas de seguridad rompen todo en los hogares humildes. No da igual para cada uno de nosotros que eso suceda, nos degrada como sociedad.

Personalmente agradezco compartir con la gente que sufre estas violencias diariamente: su fortaleza y su sabiduría me enseñaron lo más importante de la vida.

Marisa Montes – Documentalista.


La zona es una película mexicanaespañolaargentina dirigida por Rodrigo Plá y protagonizada por Daniel Jiménez Cacho, Maribel Verdú, Alan Chávez, Daniel Tovar y Carlos Bardem. Fue estrenada el 9 de noviembre de 2007.


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