Autor: Hernán Lugea.

Argumentos y reflexiones para un debate actual.

Rejas sí, rejas no, parece una falsa dicotomía como tantas otras. Quizás el debate debiera ir por el sendero de responderse preguntas más profundas. ¿Cuándo es necesario instalar una reja? ¿Quién lo decide? ¿Cuáles son los “daños colaterales” a los que nos exponemos como sociedad? ¿Son herramientas de diseño efectivas para mejorar las condiciones de seguridad? ¿Es ético gastar fondos públicos en una reja que no protege a nada ni a nadie?

Quizás esta última pregunta haga ruido. En primer lugar porque plantea con qué valores humanos estamos construyendo el espacio público. En segundo lugar porque afirma retóricamente que la reja no protege a nada ni a nadie. Marca un límite, cierto, pero no protege. En el caso de una plaza enrejada se niega indiscriminadamente la posibilidad de acceso, confinando el problema de desprotección al exterior. Y en los casos de acceso restringido para los vecinos con llave, porque si hay una reja hay una llave, podemos decir que se ha semiprivatizado el espacio público; lo cual por supuesto va en contra de la esencia democrática. En el caso de un monumento es más discutible ya que efectivamente el enrejado disminuye las posibilidades de que se cometa un acto de vandalismo sobre el mismo, se podría hablar de un grado de protección.

No hay que dejar pasar por alto lo que se dijo ligeramente en el párrafo anterior. En una democracia como la que vivimos actualmente los argentinos, fortalecida cada 24 de marzo por un ejercicio de memoria colectiva, el espacio público es de todos y nos brinda la posibilidad de la unión, el intercambio, la convivencia y la igualdad. Es donde se desvanecen los límites impuestos por el marco socioeconómico, político, cultural o religioso. Por eso la calidad del espacio público es una variable muy importante en la vida ciudadana democrática. Y por eso entiendo que la existencia de guetos en una ciudad es síntoma de una mala calidad democrática, donde está fallando la integración de algún tipo.

En tono con estas reflexiones sostengo que tenemos un espacio público muy maltratado. No le damos la relevancia que debería tener. Soporta lo peor de todos nosotros: nuestra inusitada violencia cotidiana, nuestro olvido y nuestro desprecio. Dentro de ese contexto generalizado de autoboicot, algunas minorías sacan partido. Colocar una reja perimetral en una plaza y cerrarla por la noche es un golpe directo a la vida democrática. Es un intento desesperado por controlar y por bajar la línea de pensamiento que supone un ideal de sociedad donde el noctámbulo pierde sus derechos, donde no tiene cabida. Un ideal que predica un tiempo justo para ir al parque, pero sobre todo un ideal donde cada vez tenemos menos espacios de encuentro e intercambio. ¿Acaso debemos aceptar que el espacio de la democracia pase a ser un espacio virtual? ¿Facebook? ¿Instagram?

Es digno de mencionar en este artículo la reja móvil (antidisturbios) de Plaza de Mayo, que simbólicamente es el espacio público histórico de protesta social. Esta reja provocativa, que divide a la plaza en dos, ya está enquistada de manera permanente, aunque no totalmente cerrada a menos que haya manifestaciones populares. Un elemento que claramente no debería estar allí pero que está, y que se naturalizó en el paisaje donde hace más daño.

En algunos casos se intentó buscar una solución intermedia colocando la reja, límite físico, no directamente en el borde perimetral de la plaza. Tal es el caso del Parque Centenario o de la plaza Boedo. Se arguye que cerrando el sector central, donde es más factible que se cometa un delito ya que la policía lo ha dejado liberado, habría mayor seguridad para el ciudadano que se limita entonces a circular por las vías más externas, donde hay más luz, y más ojos vigilando. Dejar una parte afuera del enrejado pone en evidencia la pobreza argumental de su defensa y desde mi punto de vista constituye una curiosa contradicción. Quizás mi pensamiento sigue atado a la ingenuidad y la cuestión pasa por dejar a todos contentos llevando al molino propio la simpatía de todos los votantes, y permitiendo en simultáneo que algún “afortunado” contratista se lleve los miles de pesos que la sociedad está evidentemente dispuesta a pagar para mejorar su seguridad.

¿Cuánto cuesta en términos económicos construir una reja? Bueno, a priori uno puede decir que depende de la reja, de su diseño, de los materiales que se vayan a emplear, y es cierto, pero no esquivemos la pregunta. ¿Cuánto le cuesta al Estado hacer una reja común y silvestre, sin ornamentos ni gracia alguna, una simple sucesión de fríos barrotes de metal pintado como la que se viene colocando en todos lados desde hace años? Pues bien, según la planilla de cómputo y presupuesto oficial, adjunta en la documentación licitatoria de la obra pública: “Puesta en valor parque Chacabuco – Etapa 1”, documento fechado el 17 de noviembre de 2008, se destinaría para las rejas de acceso al complejo, más las del límite de la intervención, y las de las canchas un total de $1.214.496,00 (equivalente a unos 350.000 dólares teniendo en cuenta que el dólar cerraba a 3,47 en 2008 según una nota de Ámbito Financiero, es decir que haciendo la conversión al valor actual del dólar nos da unos 5,25 millones de pesos argentinos 2017).

El valor suelto puede parecer mucho, muchísimo…, o poco. Es relativo, y como es relativo lo vamos a comparar con el total del costo de la obra que fue de $14.649.039,80. El valor de la reja representó exactamente, en este caso, un 8,29% del costo total de la obra, un valor objetivamente significativo. Otro dato que se puede poner de relieve es que la superficie total de la obra era de 28.650 metros cuadrados, lo que arroja un valor de 511,31 pesos por metro cuadrado de obra, mientras que el valor del metro lineal de reja estaba valuado en 284 pesos, más que el 50% del valor del metro cuadrado de obra. A estas alturas cabe la pregunta: ¿seguridad para el vecino o negocio redondo para algún contratista?

En cuanto a la efectividad de semejante inversión, no dispongo de la información estadística para contrastar. Es probable que mientras estén cerrados los parques, los índices de delito sean cercanos a cero, algo esperable de cualquier espacio sin vida, pero no pude constatarlo. Lo que sí podemos afirmar es que, lejos de estar mejor, la situación de inseguridad que se vive en Buenos Aires se mantiene en niveles elevados, niveles inaceptables. La ola de inseguridad parece que responde a temas más complejos que a la colocación de rejas en las plazas.

A pesar de todo lo dicho, no se puede quitar la cuota de responsabilidad de los diseñadores del espacio público en materia de seguridad. Una premisa del jardín público es que sea un ámbito seguro y en ese aspecto entran en juego variables de todo tipo. Desde la elección correcta del material vegetal hasta el planteo correcto de la ocupación del espacio. El diseñador debe cuidar que no se terminen formando espacios muertos de muy baja circulación y poca conexión visual con el entorno para no favorecer zonas con alto potencial de degradación e inseguridad.

Otra reflexión que vale la pena, como autocrítica de los profesionales que tenemos injerencia directa en la construcción del espacio público, es la poca sensibilidad con la que se han hecho infinidad de obras. Específicamente quiero mencionar las rejas que, intentando proteger un monumento o una obra de arte, terminan afectando seriamente su visualización. Cuando la falta de criterio llega a esos extremos lo que se intenta preservar es negado y desvalorizado, logrando un efecto contrario al deseado y la indignación de los más atentos. Fue muy grato ver hace unos días atrás que en el parque Lezama se terminó optando por retirar muchas de las rejas que “cuidaban” los adornos y monumentos. Aunque hay que aclarar que en el caso de Lezama el proyecto de puesta en valor incluía enrejar el parque y que eso no sucedió por la determinación de un grupo de vecinos que se organizó y se movilizó en franca oposición en el momento oportuno.

¿Hay rejas inevitables? Recordé inmediatamente que estudiando las bases del concurso de Ecoparque Interactivo 2016, sobre el actual predio del zoológico, me llamó poderosamente la atención que las rejas perimetrales del zoo porteño estén catalogadas y protegidas como patrimonio histórico de la ciudad. En este caso la reja tiene un sentido de seguridad contundente, más allá del debate que se puede dar en torno a la existencia de un jardín zoológico en sí mismo, pero teniendo en cuenta su refuncionalización (dejará de ser zoo), la reja pierde todo su carácter funcional. Conservarla entonces solo queda supeditado a su belleza y a la memoria colectiva de ese emblemático lugar, algo que para ser sincero me genera contradicciones porque en el fondo pienso que el concurso era una oportunidad para abrir ese espacio, para proponer un borde más permeable que permita la integración con el contexto urbano.

El físico austríaco Fritjof Capra (1996) habla de una crisis de percepción, expone que estamos educados para percibir, pensar y trabajar de manera fragmentada. El resultado es una comprensión limitada y/o sesgada de la realidad ya que tratamos los problemas de manera aislada, inconexos entre sí. A nivel de paisaje estamos generando un mundo mediante nuestra visión fragmentada y mecanicista que, según mi propia interpretación, nos conduce a un incremento de situaciones de borde. Situaciones delicadas donde nos vemos muchas veces tentados a poner límites. Capra plantea que nos dirigimos a un cambio de paradigma:

“Una visión holística de, por ejemplo, una bicicleta significa verla como un todo funcional y entender consecuentemente la interdependencia de sus partes. Una visión ecológica incluiría esto, pero añadiría la percepción de cómo la bicicleta se inserta en su entorno natural y social […] Esta distinción entre «holístico» y «ecológico» es aún más importante cuando hablamos de sistemas vivos, para los que las conexiones con el entorno son mucho más vitales.”

Capra, F., 1996. La trama de la vida. Una perspectiva de los sistemas vivos. Anagrama, Barcelona, p. 28.


Hernán Lugea


Nota del autor (2020): La reja que dividía Plaza de Mayo fue retirada el día 9 de diciembre de 2019 por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en acuerdo con el Gobierno Nacional, haciendo eco del pedido expreso del actual presidente Alberto Fernandez. Hermoso y potente gesto simbólico.

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