Autor: Hernán Lugea.

“[…] Frente a mí, un arcoíris que me confiere de pronto el más absoluto optimismo. ¡Qué signo ante y sobre aquel que camina! Todos deberían caminar”.

Werner Herzog.
Del caminar sobre hielo.

Luego de un largo recorrido por los submundos de lo efímero apareció en una charla lo evidente: el arcoíris. Una irrupción fenomenal en el paisaje, un espectro fantasmal que, aun conociendo la explicación de la ciencia, no deja de sobrecogernos con su mística. En notas de números anteriores de Antesis hablamos de percepción, de bordes y de escala, tres tópicos que hacen a la espacialidad. Y si algo nos interesa a los paisajistas es entender y trabajar con el espacio vacío, como al escultor con el espacio lleno de fría materia pétrea. En este número dedicado a lo efímero quizás el aspecto vinculado más evidente sea la dinámica del paisaje, pero los arcoíris están más allá de la dinámica; pertenecen al mundo de los símbolos, y como tal, hacen a la construcción cultural de un significado. En este caso, un significado que deviene de un fenómeno efímero y etéreo, pero que puede quedar resonando en la cabeza de quien se lo cruza sorpresivamente en el camino. La circunstancia puede modificar la esencia, sin dudas.

Cultos paganos

Por casi todos es conocido el mito irlandés que habla sobre una olla llena de monedas de oro que se encuentra al final del arcoíris, custodiada con celos por un tipo de duende, pelirrojo, vestido de verde, llamado Leperchaun. Este mito parece tener sus orígenes, a su vez, en la mitología celta.

También para los vikingos y para los vascos existe una innumerable cantidad de mitos paganos, plagados de variedades de seres y deidades. Para los vikingos, el arcoíris era un puente entre la tierra de los dioses y la tierra de los hombres: Asgard y Midgard, respectivamente. Mientras que en la mitología vasca, al igual que en la irlandesa, se remite a un tesoro señalado por el arcoíris, pero en lugar de monedas de oro se trata de las mejores semillas de Mari, la Madre Naturaleza, guardadas para que su pueblo no vuelva a pasar hambre. También dice un mito del pueblo vasco de Zerain que en el pueblo vecino de Mutiloa una hija del caserío de Eguzkitza –que si bien es un apellido también es traducible del euskera como “solana o lugar expuesto a mucho sol”– llegó a tocar un arcoíris y se convirtió en Mari. Tales parecen ser el poder y la importancia del arcoíris. Esta diosa total de la naturaleza, según la visión de Andrés Ortiz-Osés, representa el arquetipo matriarcal predominante en el paleolítico que, en particular en la cultura vasca, ha dejado una fuerte impronta hasta la actualidad.

Para los griegos, el final del arcoíris también estaba ligado a un tesoro o a un puente que conducía al Olimpo. En la mitología griega está representado por Iris, la diosa del aire. Ella cumple el rol de mensajera de los dioses al anunciar el pacto de unión entre la Tierra y el Olimpo al final de la tormenta. Esto último, puntualmente, es recogido por el catolicismo, que en el Génesis expone la misma idea: un pacto entre Dios y los seres vivos de la Tierra luego del diluvio, que para ser recordado utiliza al arcoíris como símbolo. Otras culturas que han tenido diosas especiales para el arcoíris son la china (Nüwa) y la maya (Ix Chel). Pero resulta particularmente interesante la diosa K´uychi de la cultura incaica que, curiosamente, traía mal augurio. Al presenciar un arcoíris era costumbre cerrar la boca y taparla con las manos para que este no se meta en la barriga y para que no dañe los dientes, atrayendo a la miseria. A esta diosa se la relacionaba con Amaru, una serpiente bicéfala.

Vexilología barata y botas de goma

La vexilología es una disciplina subsidiaria de la historia y la semiótica que se encarga de estudiar el significado y la historia de las banderas. A propósito de la diosa incaica K´uychi, inmediatamente pensé en la wiphala, que fue declarada símbolo del Estado Plurinacional de Bolivia en la Constitución de 2008. Es una bandera que representa a los pueblos originarios y su registro más antiguo data de una chuspa (bolsa para la coca) tejida hace más de 1.000 años. Pero me sorprendió saber que su uso como bandera es relativamente novedoso ya que los incas no tenían el concepto de bandera, según la Academia Nacional de Historia del Perú. En la década de 1970 se convirtió en un ícono del movimiento sindical campesino de Bolivia.

Sin embargo, la bandera arcoíris no es exclusividad de la whiphala, que tiene la particularidad de su diseño en forma de cuadrícula. Hay una gran familia de banderas que han tomado esta simbología con diseños típicos de franjas de colores. Sin irnos muy lejos, en el año 1978 la bandera arcoíris se convirtió en la bandera oficial de la ciudad de Cuzco. Mucho tiempo antes, Charles Fourier (1772-1837), un cooperativista francés del movimiento utópico y acérrimo crítico del capitalismo, de la urbanidad y la industrialización, la había adoptado como una bandera para su propuesta utópica de los Falansterios. Representa la “unidad en la diversidad”, aunque recién en la década de 1920 fue aceptada oficialmente como emblema de la Alianza Cooperativa Internacional.

Hay versiones de que la idea original de la bandera arcoíris fue propuesta por Flora Tristán (1803-1844), una mujer socialista y feminista que, dicho sea de paso, escribió un libro titulado La emancipación de la mujer. Dato de color, ella fue la abuela del famoso pintor Paul Gauguin. A su vez, se menciona en algunos artículos que Flora diseñó su bandera inspirada en un templo dedicado al arcoíris existente en Perú.1

Luego también, la bandera arcoíris fue adoptada como símbolo en una protesta pacifista en Italia en 1961 y como estandarte de la comunidad LGBT en 1979. Banderas similares se usaron en diversas culturas a lo largo de la historia, incluida la bandera de Meher Baba (1894- 1969), gran líder espiritual indio que en 1925 se llamó al silencio y no pronuncio más palabra hasta su muerte. Se puede decir que, hoy por hoy, este símbolo representa los valores de diversidad, inclusión, unidad, cooperación, paz y esperanza.

Como corolario de este extraño capítulo de la investigación cabe destacar que el golpe de Estado perpetrado en Bolivia recientemente tiene mucho que ver con los recursos naturales. Hacerse con las reservas de litio sería puntualmente el motivo que señala el mismísimo Evo Morales (presidente depuesto), pero también tiene que ver, y mucho, con los valores que la wiphala representa, constituyendo no solo un auténtico golpe a las instituciones democráticas (aunque desde mi humilde entender “democracia” no sería el término adecuado para denominar a nuestros sistemas de gobernanza occidentales), sino también un descarado avance racista y clasista. Una oda a la intolerancia.

La Whiphala se hace presente en el bajo autopista de Av. Rivadavia y General Paz

Portal urbano

Existe en Buenos Aires un lugar que hoy está cargado de todo este simbolismo del que venimos hablando. Yo lo llamo portal urbano porque ciertamente está ubicado en una de las “puertas” de la ciudad, justo ahí donde se cruzan avenida Rivadavia y General Paz. En verdad, este lugar es ambiguo, ya que es el paso bajo autopista, lo que de seguro el antropólogo francés Marc Augé definiría precisamente como un no-lugar. Sin embargo, se encuentra pintado con los colores vivos del arcoíris y por momentos se materializa la wiphala. No es casual, ya que a pocos metros se encuentra el popularmente conocido Mercado Boliviano de Liniers.

Entonces, un no-lugar, que no aportaba absolutamente nada a la identidad del barrio, de pronto se vio intervenido para ser resignificado, o más bien significado por primera vez. Pero no solo eso ya es algo digno de comentar en sí mismo, sino que además su condición de límite entre el conurbano y la capital alimenta a este portal de una carga simbólica más profunda.

Está justo enclavado en el cruce de dos barreras urbanas notorias: la avenida General Paz y el ferrocarril Sarmiento. Como si fuese poco, Rivadavia, la avenida que cruza el portal, no es cualquier avenida. Es la que conecta los edificios de la Casa Rosada y el Congreso Nacional. Además de ser considerada una de las avenidas más largas del mundo, sino la más larga, tiene una orientación este-oeste casi perfecta; de hecho, su primer nombre histórico fue Camino Real del Oeste.

Pensando en el viejo refrán que dice “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires” y nos recuerda cada tanto que de país federal no tenemos nada, me acordaba de Asgard y Midgard: ¿será este portal un puente entre los hombres y los dioses? ¡Como para que después no nos digan egocéntricos, fanfarrones y soberbios! ¿A quién se le ocurrió pintar este arcoíris?

También pensé en el mito de los tesoros, pero al final de este arcoíris solo encontré vahos nauseabundos, un montón de basura y dos estaciones de control policial, una de cada lado de la frontera. Sin embargo, unos pasitos más allá se encuentra el Bingo Ciudadela, para quien se resista a creer que el mito era simplemente un mito.

Tampoco es el arcoíris cristiano que recuerda el pacto de los seres vivos con Dios luego del diluvio, aunque la Virgen de Luján custodia con atenta mirada el paso de los bólidos humanos desde una ermita ubicada justo antes de ingresar al portal urbano desde Liniers.

Dejando la mística y el simbolismo de lado, creo que esta intervención urbana funciona como un “maquillaje” que intenta distraer la mirada de lo que sucede realmente alrededor: la contaminación sonora y el smog (me la imagino a Iris tosiendo mientras intenta cruzar la avenida atiborrada de colectivos), las barreras urbanas, la marginalidad, el abandono, la indiferencia y una continuidad territorial que la gestión urbana se sigue negando a ver, o a aceptar, porque, a pesar de tener jurisdicciones diferentes, a ambos lados del portal sigue siendo Buenos Aires.

1 En algunos artículos publicados en Internet se manifiesta que el templo en cuestión estaría ubicado en la ciudad de Camana. Sin embargo, a través de la colaboración de Sonia Ramos Baldarrago hemos podido consultar a historiadores de Arequipa que coinciden en que no existió tal templo en Camana, pero sí existe el templo Huaca Arcoíris o templo del Dragón en Trujillo, Perú.

Hernán Lugea

Créditos fotográficos: Archivo Antesis