Romero, Marilina1 y Gabriel Burgueño2.

Introducción

Hay otros paisajes. Paisajes por fuera del mercado, lejos de las modas, con otros significados, incluso con otros ingredientes, más allá de los cánones. Paisajes que se ocultan a las miradas, que pierden importancia, que sufren del paso del tiempo y de la inacción, que quedan aislados y abandonados. Son los paisajes que habitan los que no son vistos.  Paisajes donde el hábitat vulnerable se hace presente, donde la calidad ambiental está ausente y donde la apropiación anhelada por parte de quienes lo habitan es algo que parece inalcanzable. Es por ello que, planteamos la necesidad de poner foco en los espacios exteriores de la vivienda social para aportar visibilidad y potenciarlos, entendiéndolos como espacios de relación y sociabilización, que forman parte de la cotidianeidad de las familias y de la búsqueda de integración e identidad

Para quienes diseñamos espacios verdes, enfocar el paisaje de la vivienda social, es una oportunidad de incluir otras miradas, conocimientos y necesidades. Es la posibilidad de potenciar los espacios que son necesarios para una calidad de vida mejor, de familias que han pasado por procesos traumáticos de relocalización o desarraigo de su territorio de origen.

En esta nota reflexionamos sobre los rasgos de los espacios exteriores de la vivienda social y sobre el rol del planificador y diseñador del paisaje en este escenario como marco con propiedades emergentes que nos plantean desafíos al ejercicio y para ver paisajes que frecuentemente no se valoran.

Los espacios

Podemos definir el paisaje de la vivienda social, como el conjunto de espacios, visuales y sus registros perceptuales que enmarcan y contienen a las viviendas de sectores populares. Podemos decir que es aquel paisaje donde sucede la interrelación entre el hábitat colectivo, la necesidad de apropiación de la comunidad y aquellos elementos y procesos que forman parte del ambiente. Son los espacios comunitarios, áreas exteriores o bordes de las viviendas sociales donde esta interrelación sucede, cuyas características varían en función de diversos factores. Ya sea si han sido proyectados para un barrio, un conjunto habitacional o un grupo de viviendas individuales, como así también se ven afectados por el factor socio histórico del momento en que fueron ejecutados. En otros casos, son producto de áreas remanentes y sin función que quedan fuera del proyecto inicial.

En algunos casos, esos espacios cuentan con predios de gran escala y con proyectos que jerarquizaron los jardines y parques como parte de la experiencia cotidiana. Podemos plantear como ejemplos el conjunto Los Andes (Chacarita, ciudad de Buenos Aires) o el barrio ferroviario de Remedios de Escalada (Lanús), que se han convertido en sitios emblemáticos de las localidades donde se encuentran y son referencia de calidad de planificación.

Asimismo , entran también en esta categoría, los espacios comunes que se observan en barrios de interés social de vivienda unifamiliar  que han sido construidos en numerosas localidades de varias provincias, como así también  los intersticios que se producen entre bloques de vivienda en los conjuntos habitacionales construidos  para la  relocalización de barrios informales (ya sea a causa de re-urbanizaciones, relocalizaciones o por estar asentados sobre zonas costeras con emergencia ambiental como las del Riachuelo o Costanera Sur) ), como también aquellos espacios exteriores de uso común en los asentamientos de vivienda informal que se ubican en diversas zonas urbanas y periurbanas.

Las miopías

El denominador común a muchos de estos ámbitos es el tratar al espacio comunitario entre viviendas como residual, donde la mayor parte de los casos omiten planificación adecuada y solo resultan del vacío a partir de los llenos construidos. Por eso, raramente se observan calidades de espacios en cuanto a sectorización, usos diferenciados, circulación, envolventes, equipamiento, vegetación ni señalética. Estas deficiencias redundan en escasez de apropiación por parte de la comunidad, ya que han sido constituidos sin la participación de los propios habitantes, por lo que los percibe sin atractivo, sin potencial para su aprehensión e incluso hostiles.

Las miopías se dan al no planificar estos sitios o al diseñarlos como hecho escénico meramente, sin la comprensión -por parte del equipo interviniente- de las problemáticas y necesidades de la comunidad usuaria.

Frecuentemente la argumentación es la falta de recursos, o el posponer la ejecución de equipamiento en estos espacios por cambios de prioridades, pero también verificamos miopías cuando se construyen barrios con espacios libres entre viviendas con solados, iluminación o equipamiento, pero sin calidad. Falta de calidad que se percibe desde las escalas planteadas, ausencia de sombra, escasez de suelo absorbente o sectorización que no integra usos diversos que pueden ser antagónicos.

Es decir, son los casos cuando el gasto público se lleva a cabo, pero para una impronta de imagen que solo es útil a efectos de propaganda o de demagogia con respecto al manejo de la población de destino y quienes circulan por allí, que no siempre coincide con el electorado a seducir. A la inversa, numerosas implicancias de la calidad no significan gastos o recursos extraordinarios, sino calidad de diseño en relación al sitio.

Las oportunidades

El desperdiciar otras aproximaciones hacia estos espacios implica no incluir la mirada de las personas que los van a utilizar y restar potencia en la apropiación. En cualquier contexto, el mecanismo de plantear puentes de diálogo con quienes usan el espacio, genera un marco de equidad para construir el proyecto. Pero más aún, en escenarios donde las personas han atravesado dificultades materiales y emocionales, han tenido que migrar lejos de sus territorios y sufren la fragmentación de sus familias y comunidades.

Los lastres culturales que acompañan cualquier diseño, arquitectura u otras manifestaciones de la cultura, también se despliegan en el paisaje. Así el canon repercute en la paleta de plantas introducidas, en las formas geométricas esbozadas, en el manejo de la vegetación como objeto y mercancía, como también en la artificialidad del relieve, suelo y agua. Paralelamente, las tradiciones aterrizan en los mecanismos de diseño, donde un profesional o un equipo supone resolver los conflictos y plantear respuestas únicas, sin escuchar a las voces silenciadas de la población invisible.

El diseño resultante suele adolecer de arbitrariedades, sesgos de estilo, materialidades inadecuadas y calidad ambiental que no es acorde al contexto. Sin embargo, estos ámbitos son oportunidades de acción para la planificación y diseño del paisaje, sobre la que se debe trabajar complementariamente con las aristas de escucha, inclusión y diseño participativo reales.

Algunas herramientas

Al buscar salir de los planteos hegemónicos, podemos integrar otras herramientas que resultan instrumentos de inclusión que enriquecen los recorridos hacia el diseño y nos nutren a quienes participamos como proyectistas. En primer lugar, un relevamiento y diagnóstico participativos aseguran visualizar propiedades de los espacios y percibir -desde cada rol- las expectativas concretas de la comunidad usuaria. Un diagnóstico puede barrer no solamente necesidades y conflictos a resolver, sino potencialidades a conservar y elementos de los que se dispone para la propuesta. Si la convocatoria se sustenta en la organización barrial, con sus mesas de trabajo y referentes, el proceso podrá ser más fluido y de planificación representativa. El espacio de consenso, luego del diagnóstico, debe ofrecer un espectro de acciones para alcanzar una propuesta posible, etapabilizada y con prioridades de intervenciones.

Desde el oficio del paisaje, nuestro aporte se vincula con mostrar las virtudes a perpetuar, antagonismos a resolver, tecnologías a aplicar y lineamientos de manejo a futuro, ya que el espacio verde es un proyecto vivo y dinámico. También nuestra labor, se vincula con poner en discusión tensiones como las derivadas del paisaje tradicional y las alternativas a partir de la mirada sustentable en sentido socioambiental. De ese modo, accesibilidad, igualdad de género e inclusión, se cruzan con el manejo adecuado en cuanto a vegetación, suelo, ahorro de agua para riego, integración de animales silvestres, manejo alternativo al uso de agrotóxicos, entre otras aristas.

Una perspectiva que aporta en esta línea, es considerar los paisajes originarios de referencia, para reintroducir las plantas de cada sitio en arreglos que evocan las maneras en que las especies habitan los ecosistemas regionales. Con estos ingredientes, además de la dimensión ambiental, se potencia la construcción de dispositivos identitarios en el espacio comunitario, jerarquizando conocimientos, usos, costumbres y legados que son patrimonio inmaterial de las comunidades que habitan el paisaje.

Enmarcar la vegetación espontánea en un sitio, integrándola con las plantas nativas y exóticas cultivadas, amplía los recursos estéticos, pero también los valores como especies medicinales, alimenticias, aromáticas, especias, melíferas, tintóreas y presentes en la vida espiritual de pueblos originarios y campesinos que al migrar a las ciudades descartan o minimizan sus conocimientos previos.

Algunos casos para la aplicación de herramientas del paisaje se vinculan con los ámbitos comunitarios de cada conjunto, pero también con patios de escalas diversas, accesos, circulaciones internas, que se complementan con espacios de sectores parciales, tales como jardines o patios a los que accede solo parte del vecindario o particulares como balcones, jardines domésticos y huertas.

Las respuestas desde el paisaje pueden significar aumento de la calidad de vida de la comunidad al acceder a un repertorio de imágenes de naturaleza, pero también el registro olfativo, táctil, sonoro y hasta gustativo. En lugares de suelo natural, la plantación de árboles podrá ofrecer sombra, reparo de vientos, disminución del efecto de heladas, captación de polvillos y contaminantes y refugio para la vida silvestre. A su vez, sitios con canteros o patios construidos sin acceso a suelo libre, podrán resolverse con plantas no arbóreas (arbustos, hierbas y cubresuelos) o planificar planos de apoyo para trepadoras y plantas epífitas que aumentan biodiversidad.

Varias de estas respuestas se pueden lograr por fuera de las lógicas del mercado, por medio de propagación de plantas en el sitio (gajos, siembras), intercambio en redes colaborativas y de educación ambiental o mediante microemprendimientos que incluyan habitantes que a su vez pueden acceder a una actividad que potencie su autonomía a partir de sus conocimientos y oficio.

Estas reflexiones pueden ayudar a dar visibilidad a los paisajes, atributos y personas que desde las miradas hegemónicas suelen no verse.

1. UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Centro Poiesis. Cátedra META PAISAJE.

2. UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Instituto Superior de Urbanismo. Cátedra META PAISAJE.

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